Anochece y el ambiente está húmedo. Llueve.
El cielo apenas se aprecia, no hay Luna, ni sonrisas, sí,
mucha gente, pero ninguna sonríe. La ciudad entera dormirá como incendiada si se
aprecia desde el espacio, fuego en cada casa, en cada calle, en cada rincón. Algunos
vagabundos se refugían de la vida y buscan sobrevivir al silencio y soledad, se
les ve con desdén, la mayoría de las veces no se les ve, parece que la lluvia
los desaparece y que su frío no existe, son como fantasmas humeantes en una
sociedad llena de perfume, máscaras y vicios.
Aquellos apestados vagabundos son en realidad quizá, los únicos
que han tomado una decisión en su vida, no ese camino que creemos elegir y al
final no resulta en más que el tomar una opción de entre muchas predispuestas.
Ellos eligen no elegir.
Algunos mueren, otros se mueren y otros se matan. Aquellos
que eligen la muerte, el premeditado suicidio, no rechazan la sociedad,
rechazan la vida que es muy distinta. Si usted elige el suicidio al menos
debería morir en un buen sitio, imagine su alma vagando en el limbo llorando
cada minuto por finalizarse de formas horribles.
Algunas veces no sé si estoy muerto o vivo. Pensando en la
nada me describo a menudo cuando comienzo a tratar de descubrir si vivo. Si aún
estoy vivo. Ahí late mi corazón, mi presente, la gente, mi gente, mis dedos mi
cabello y mi vista. Aún percibo aromas. Pero no, creo que no estoy vivo.
Respiro, pero preocupado me percato de que detrás de mi
corazón tambaleante y rítmico no existe nada más.
REmi